Feb 1, 2017

Un <<Gen>> Contra La Cardioseclerosis

Generosidad
El mono araña es un pequeño animal autóctono de América. Es tan veloz que resulta muy difícil de atrapar; pero alguien descubrió el mejor método para capturar al esquivo animal: si se coloca un maní dentro de una botella de cristal transparente que tenga la abertura angosta, y uno espera, se puede atrapar al mono araña. ¿Qué sucede? El mono mete la mano dentro de la botella para agarrar el maní y no podrá sacarla mientras su mano esté cerrada y sosteniendo su maní. La botella es tan pesada que el mono no la puede arrastrar. El animal es tan persistente que rehúsa soltar el maní una vez que está en su poder. No suelta su único maní. Así es atrapado.

Uno se puede reír del mono y pensar que es tonto: para librarse de la trampa solo tiene que soltar el maní y fácilmente podrá sacar su mano. Pero lo cierto es que nosotros, los seres humanos, con frecuencia caemos en la misma trampa o en la misma insensatez: nos aferramos tanto a las cosas, que terminamos siendo esclavos de ellas. Es decir, llegamos a no tener las cosas sino a dejar que las cosas nos tengan a nosotros.

Es la avaricia. Es el afán o deseo desordenado de poseer cosas con la intención de acumularlas para uno mismo. Es la incapacidad de soltar para compartir, para dar, para ser generoso.

La generosidad es, precisamente, el hábito de dar o compartir con los demás. Ser generoso es ser dadivoso: tener la capacidad de dar, como consecuencia del amor. Es una de las cualidades del carácter de Dios. De hecho, uno de los versículos más conocidos de la Biblia es Juan 3, 16: «Tanto amó Dios al mundo que dio...». Dios siempre da. Como él es permanentemente generoso, nosotros que tenemos el «gen» suyo, hemos de practicar la generosidad: el ser humano, como imagen y semejanza de Dios, encuentra su alegría en el darse.

Parece una expresión propia de un boxeador, pero en realidad es una de las frases más emblemáticas del Cristianismo: «Hay mayor dicha en dar que en recibir» (Hechos 20, 35).

Cielo e infierno 
Una leyenda china nos presenta la diferencia entre el cielo y el infierno:Cierto día, un sabio visitó el infierno. Allí, vio a mucha gente sentada en torno a una mesa ricamente servida. Estaba llena de alimentos apetitosos y exquisitos. Sin embargo, todos los comensales tenían cara de hambrientos y el gesto demacrado. Tenían que comer con palillos; pero no podían, porque eran unos palillos tan largos como un remo. Por eso, por más que estíraban su brazo, nunca conseguían llevarse nada a la boca. Impresionado, el sabio salió del infierno y subió al cielo. Con gran asombro, vio que también allí había una mesa llena de comensales y con iguales manjares y los mismos palillos largos. En este caso, sin embargo, nadie tenía la cara desencajada. Todos los presentes lucían un semblante alegre, respiraban salud y bienestar por los cuatro costados. Y es que alli, en el cielo, cada cual se preocupaba de alimentar con los largos palillos al que tenía enfrente.De este cuento se deduce que el infierno es la ausencia total de generosidad, mientras que el cielo es la vivencia del compartir. 

Ofrendómetro 
San Pablo, en la Biblia, dijo una frase contundente: «La raíz de todos los males es el apego al dinero» (1 Timoteo 6, 10). De esa ambición brotan guerras, mentiras, injusticias y corrupciones. Ese apego produce <<cardioesclerosis>>: endurecimiento del corazón ante las necesidades de los demás. Frente a este mal de la cardioesclerosis, afortunadamente cada vez se ven más jóvenes involucrados en el trabajo social, una nueva generación dando generosamente de lo que tiene. La generosidad es lo contrario del apego: produce libertad para servir más y mejor. 

Hay quienes dicen que, a la hora de valorar lo que damos, se ha de usar un <<ofrendómetro» invisible. Este ofrendómetro no mide tanto lo que entregamos sino lo que se queda en nuestros bolsillos. Por ejemplo:Jesús estaba una vez sentado frente a los cofres de las ofrendas, mirando cómo la gente echaba dinero en ellos. Muchos ricos echaban mucho dinero. En esto llegó una viuda pobre, y echó en uno de los cofres dos moneditas de cobre, de muy poco valor. Entonces Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Les aseguro que esta viuda pobre ha dado más que todos los otros que echan dinero en los cofres; pues todos dan de lo que les sobra, pero ella, en su pobreza, ha dado todo lo que tenia para vivir» (Marcos 12, 41-44). 

El culmen de la generosidad no se trata, pues, de apantallar con cantidades llamativas, sino de procurar el bien ajeno aun a costa del propio. 

La pureza de intención 
De lo anterior se desprende que la generosidad no consiste solo en dar; tiene que ver más bien con la pureza de intención en ese dar. Hay quienes se muestran muy «generosos» con el fin de ser elogiados por la sociedad. Se colocan unas caretas, no de carnaval sino de aureola benefactora. Estos traicionan el espiritu de la generosidad, que no muestra nada de ostentación sino de solidaridad. 

Una persona generosa no consiente en tener dos raciones de comida cuando a su lado hay quienes no tienen para comer. Una persona generosa es alguien que se hace <<pobre en el espíritu». Según Jesús, son dichosos y felices los «pobres en el espiritu porque de ellos es el Reino de los Cielos» (Mateo 5, 3). Pobre en el espíritu no es el que menos tiene, sino el que menos necesita: no es un miserable, sino un «rico espiritual» porque su riqueza consiste en saber dar y darse a los demás. La pobreza evangélica de la que nos habla Jesús, es el estilo de vida de la generosidad que no busca aparentar sino que se goza en el dar. 

Recursos, tiempo, servicio, solidaridad 
Podemos practicar la generosidad en dar no sólo lo «efectivo» sino también lo «afectivo». La generosidad se manifiesta en pasar tiempo de calidad con quienes nos necesitan, en el servicio desinteresado, en dar de los recursos materiales y en compartir solidariamente el sufrimiento de otros para que sean más llevaderos. Decía el beato Oscar Arnulfo Romero, verdadero profeta de nuestros tiempos: «El cristiano que no quiera vivir este compromiso de solidaridad con el pobre no es digno de llamarse cristiano... No es justo que unos pocos tengan todo y lo absoluticen de tal manera que nadie lo pueda tocar, y la mayoría marginada se está muriendo de hambre... Se hacen fiestecitas muchas veces de Navidad, de cumpleaños, piñatas, y se creen qué son grandes bienhechores aquellos que dan una fiestecita de esas cuando no pagan lo Justo a sus trabajadores. Quieren dar de caridad lo que ya se debe de justicia». 

En definitiva, la generosidad es un acto concreto de amor solidario. Es desprendimiento (no aferrarse, como el mono araña a su maní), por nuestra libertad y por amor a los demás. Es un «gen» contra la «cardioesclerosis». 

Por: YUAN FUEI LIAO
Rayo de Luz
Febrero 2017
http://www.fundacionlabuenanoticia.org/

Sep 11, 2013

Ejemplo de Amor


Si siguiéramos este pensamiento y esta forma de actuar serían muchos los hogares en el que reinaría el Amor, los valores familiares y el fruto de nuestros hij@s serían hombres y mujeres que aportan un bien a la sociedad.

Por: Matrimonio Sano